EL TESORO DE TUMBICHUCUE
En el año de 1965, fui nombrada Profesora, por la Prefectura Apostólica de Tierradentro, Cauca, para la escuela rural mixta de la vereda de Tumbichucue, donde todos los alumnos eran indígenas de la Nación Paez.
Como me hice estimar bastante de los indígenas, sucedió que un nativo llamado Miguel Guainaz, hijo de Francisco Guainaz, se enamoró de mí y, por lo tanto, me confió algunos secretos sobre los tesoros del cerro de Tumbichucue, que se dice fueron trasladados desde San Bartolomé de los Cambís, después llamado Platavieja y hoy Argentina, en el año de 1577, por el Cacique Caraicarime Calarnbás Quinto, apoyado por más de 20.000 nativos. Mi relato es el siguiente:
Existe en esta vereda un joven llamado Jorge Calambás, estudiante que fue de la Vocacional de La Plata, quien al darse cuenta de la amistad con Miguel Guainaz, me sugirió que le investigara secretamente, qué era lo que él tenía pendiente cerca al cerro de Tumbichucue. Así empezó la entrevista informal: Le pregunté qué era lo que él frecuentaba por allá; y me dijo : “Cuando mi padre existía salió en una ocasión a cacería con un perro pequeño; el perro se encontró con una cabra negra, la persiguió velozmente, también lo hizo mi padre hasta que la cabra se metió en una cueva que tenía forma de templo; el perro detrás, y don Francisco también; el templo era muy hermoso; decía que, allí existían unas gruesas columnas de oro, un altar y un sacerdote petrificado. La cabra llegó y se colocó encima del altar en donde se celebraba la misa; además, que habían unas campanas muy bonitas y unas copas, que había muchas cosas más, todo en puro oro macizo”.
A través de los tiempos, le dije a Miguel; pero, ¿Usted sí conoce ese sitio?, me contestó; sí “mi padre me llevó en cierta ocasión a conocer ese sitio, me enseñó dónde se guardaba la llave para abrir la puerta que está frente a un puente, que parece una cascada; llegando a esa puerta hay una chumbera, (lo que nosotros llamamos enredadera), la persona debe coger una piedra y golpear sobre otra que le llaman laja, así esa puerta gira y se abre”.
No conozco el templo en sí, pero ubico el sitio donde está la chumbera, y donde se comenta que está la piedra con que se golpea la puerta. Ahora les diré el por qué conozco ese sitio: La amistad amorosa con Miguel Guainaz avanzaba cada día más, trascurrieron los días, en una oportunidad me invitó que fuéramos, que él me haría conocer ese sitio, que en sí era el templo; me garantizó que nunca me dejaría dentro pero yo nunca fui capaz de entrar; entonces, me prometió que haría sonar las campanas para comprobarme que sí existía el templo, y efectivamente, así fue como las escuche sonar.
Animada con esta prueba y con el deseo de comprobar por mis propios medios en una ocasión, organicé un paseo con los niños de mi escuela, al sitio de El Puente, cerca al rancho donde vivía el Gobernador de la región. Disimuladamente miré, exploré y detallé el lugar que me había indicado Miguel; pero no observé nada raro. Después, me fue picando la curiosidad y un día le dije a Miguel que iríamos, lo cual sucedió. Inventamos viaje y una vez allí, él me mostró y me invitó, por varias veces a que entrara; pero me dio mucho miedo, al sólo recordar que Miguel me había dicho que allí existía una cabra, que según decía él, era la dueña de ese tesoro, por eso no entré; estuve aproximadamente a unos 10 metros de distancia de lo que él decía, era la puerta que conducía al interior del templo.
Miguel se acercó un poco más pero al ver que yo le insistía que nos devolviéramos, no entró. Mi acompañante me repitió en varias oportunidades que la entrada al templo se podía hacer únicamente a las 12 del día, o a las seis de la tarde, y por un tiempo limitado, que si alguna vez me resolvía ir tenía que hacerlo a una hora precisa, que me autorizaba para que sacara el artículo que yo quisiera para que lo guardara como recuerdo.
Como ya se estaba extendiendo el cuento de este encanto, acudieron, unos gringos a la escuela, me preguntaron del asunto y me invitaron a que fuéramos a conocer ese sitio, y en la compañía de Miguel. Pero los gringos no pudieron observar nada porque ese día llovió mucho y en el sitio donde Miguel me habla mostrado la puerta, caía una enorme chorrera y el cielo hacía relámpagos y truenos, en razón de la cual no pudimos acercarnos, ni ver claramente lo que en otras ocasiones yo ya había visto.
La verdad fue que los gringos regresaron desilusionados porque no habían hallado lo que ellos querían. En una agradable charla que tuvimos con Miguel le insistí que me diera un testimonio de la existencia de aquel tesoro, para yo tener más seguridad e ir con él allá, a lo cual me respondió: “El viernes próximo le haré sonar las campanas para que Usted quede convencida de que es verdad, y así sucedió.
Al siguiente viernes, a las doce del día, sonaron unas campanas, de lo cual me alertaron los nativos que me acompañaban y yo también las escuché. Después, me dijo Miguel que si yo no iba a conocer ese templo, el próximo viernes Santo, bajaría· las campanas para que jamás volvieran a sonar; y cuentan los indios de ahora, que nunca más las han vuelto a escuchar.
Con el testimonio que Miguel me dió de la sonada de las campanas, me resolví a ir, dijo: “No, basta con que te arrimes; cojas una piedra que hay en forma de martillo, y les des tres golpes a la puerta para que ésta gire y quedarás adentro. No te dejaré allá, yo te sacaré, a la hora precisa sin ninguna consecuencia”. Pero, de nuevo, me dio miedo; y así fue que definitivamente no conocí el templo, por pura cobardía.
Una cosa curiosa con respecto a este encanto era que en determinadas ocasiones se veía una chorrera, pero que en la realidad, ella no existe.
Nuestras relaciones con Miguel duraron aproximadamente 8 meses, en los cuales, los indios comenzaron a recelar de mí, porque no conocían mi origen; pues ellos duraron largo tiempo convencidos de que yo era de Garzón, porque nunca quise revelar mi lugar de nacimiento ni que venía de Platavieja, porque sabía que podía tener problemas, pues los indios usan muchas brujería; creo que ellos influyeron bastante para que se terminara la amistad entre Miguel y yo, temerosos de que quedara una blanca o muisca, como ellos dicen, en la comarca.
Pronto terminamos nuestras relaciones; pero un día cualquiera, nos encontramos y él me amenazó atrozmente si contaba este secreto, podía ser a los mismos indios, que me haría algo con lo cual me iba a consumir poco a poco hasta que me muriera, o me pondría algo que me volviera horriblemente deformada, y como en realidad comprobé fue entre ellos existía la brujería, me dio miedo y así fue que pedí mi traslado.
A nadie le había contado este secreto. Pero hoy que ya han transcurrido tantos años y me encuentro libre de todo problema de lo que el indígena tal vez me pueda hacer, hago este relato a mi amigo Bolívar Sánchez Valencia, hoy 30 de Julio de 1979, en La Argentina, Huila.
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Texto extraído del libro “MEMORIAS DEL HUILA” por Bilivar Sanchez Valencia, Edición
de 1990.
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