26 ago 2011

HIGIENE POPULAR DE LOS ABORÍGENES HUILA


HIGIENE POPULAR DE LOS ABORÍGENES HUILA

La higiene del cuerpo de los aborígenes también tenía su manía, y por cierto, muy rígida. Como no existía, para ellos, ninguna clase de dentífrico, éste era reemplazado por trozos de carbón de determinado árbol, que no solamente se utilizaba para retirar las partículas de residuos de la comida, sino que los protegía, de lo que hoy se llama caries; cuando la persona era adulta y masticaba coca, ésta cumplía acción semejante, pero volvía amarillenta la dentadura y, por lo tanto, usaba con más frecuencia el carbón pero con el fin de poder sostener el color natural, brillante por naturaleza y completa.

Para poder utilizarla como herramienta de primera utilidad los dientes exigían limpieza; no podemos olvidar que para los aborígenes, las uñas, los dientes y los pies, eran su principal defensa, al igual que su más inmediata herramienta.

Como las zonas andinas huilenses son tan variadas, en Guadalupe, Suaza y Acevedo, en su inicio, se utilizaba el cogollo del limoncillo frotado en forma directa sobre la dentadura, para sostener la blancura que se consideraba un orgullo el disfrutar de excelente dentadura.
Para lavar la ropa, cuando se tenía prendas de algodón, se lo hada con frutos de unos árboles o plantas que producen espuma como el jabón que hoy preparamos.

Los aborígenes de tierra fría, usaban las pepas o ramilletes verdes de la planta llamada “Altunzara”, y los de tierra caliente, la carnaza del fruto de “Michí”, para unos, y Chambimbe, para otros; luego, si la pieza de ropa era blanca y estaba demasiado manchada, unos y otros, usaban lavados con lejía (ceniza revuelta en agua, hervida y luego separar el agua para de nuevo hervir la ropa) y en realidad se conseguía su propósito.

Estos son apenas tres ejemplos, pero los indígenas tenían muchas formas de aseo personal y de la ropa.

Cuando las mujeres tenían que asistir a una romería o fiesta de ofrendas y la fecha coincidía con su menstruación, participaban muy prevenidas; preparaban bebidas que les retardaba su fecha, algunas veces, revolvían café de maní en polvo para el abatí (chicha fermentada) logrando así su objetivo. Claro que estos eran secretos de algunos clanes de mucha categoría, especialmente Timaná y San Sebastián de La Plata.

Los aborígenes también utilizaban substancias alucinógenas que obedecían a motivaciones religiosas y prácticas mágicas, unas y otras, impregnadas de aculturación con tintes de veneno,’ es decir, de base tóxica.

Los alucinógenos que proporcionan perturbaciones sensoriales, que llevan la mente hasta la alucinación, eran sacados del “Borrachero”, “Tonga”, “Chamico” o “Burundanga”, plantas comunes en todos los climas.

La ingestión de las partes del arbusto: “Cáscaras, semillas, cogollos, pepas, flores, hojas, fruto, raíz, polen”, crudos, o en infusión, producen los efectos mentales, visuales y de coordinación, y a veces, se suministran mezclados con bebidas usuales, como: agua de panela, tinto, jugo, guarapo, chicha etc. práctica muy común entre los Siamanes de los primitivos habitantes del Alto Magdalena.

Existe otra clase de excitantes inclinados más al folclor festivo, es decir, a la embriaguez llamados “ilusiógenos” sacados en un principio del Abatí el ají pajarito, el tabaco; después del furor español, llegó la caña y con ella el guarapo fermentado, el vinagre de frutas maduras y el famoso uso del aguardiente.

La coca la he dejado de último porque los aborígenes la utilizaban para mitigar el hambre y el cansancio o sea revuelta con el mambe’ y jamás sobrepasaban los límites de sus efectos; en toda persona que mambea su promedio de vida está entre
los 85 años.

Valga la pena un interrogante: ¿qué es más peligroso: la coca bien dosificada o una metralleta en manos de un ignorante domesticado?

Los naturales conocían donde guardaba la selva silvestre los venenos más activos y efectivos como el del alacrán de 4 o 7 nudos, la coya del desierto de la Tatacoa, la hipa copa con sus pelos, la raya de lugares llenos de lodo, la araña polla, diferentes clases de culebras, avispas, abejones, hormigas etc, usados para emponzoñar sus flechas con chamico, los virotes o dardos para las cerbatanas y demás armas; pero también eran expertos para aplicar los respectivos antídotos para cada uno de los venenos, en caso de una picadura.

Aquí podemos decir, sin temor a equivocarnos, que en este ambiente de la selva, los aborígenes eran y son más civilizados que nosotros. Y si “nos detenemos a pensar en otra serie de cosa; personalmente le rindo tributo de saber y admiración a nuestros valientes aborígenes, ubicados en los Andes Huilenses y entre ellos, a Los Paeces, Los Guanzá y muchos otros que por falta de estímulo, esconden sus grandes dotes de sabiduría que tienen sobre la selva flora y fauna.

Para los nativos no existen plantas venenosas; solo hay plantas curativas que, mal utilizadas, intoxican a las personas o animales.


Texto extraído del libro “MEMORIAS DEL HUILA” por Bilivar Sanchez Valencia, Edición
de 1990.


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