El cubrelecho de Graciela Romero como altar en la poética del dolor femenino
El café como tinta del alma en el arte social de Graciela Romero
Hay obras que no se limitan a ser vistas: nos miran, nos atraviesan y permanecen latiendo en la memoria. Tal es el caso de “Rostros de dolor”, creación de la artista colombiana Graciela Romero, presentada en la exposición internacional “Semillas de Armonía 2025 – El color que nos une”, un proyecto que entrelaza voces artísticas de varios países bajo un mismo pulso: la empatía y la esperanza.
Romero, nacida en La Dorada, Caldas, y radicada en Ibagué,
descubrió su camino en la pintura casi por azar, como quien tropieza con un
destino inevitable. Hoy, tras más de 200 exposiciones y 40 obras públicas, se
erige como una de las voces más sólidas del arte social colombiano. Su universo
creativo gira en torno a la figura femenina, esa presencia que en su obra es
raíz, herida y resurrección.
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Graciela Romero, "Rostros de dolor", pintada sobre un cubre lecho, 240X235 cm., 2025, Colombia |
En “Rostros de dolor”, la artista convierte un objeto
cotidiano —el cubrelecho, símbolo del hogar y del descanso— en escenario de
memoria y resistencia. Al sacarlo del ámbito íntimo y situarlo en el espacio
público del arte, lo transforma en un lienzo de denuncia. Ese tejido, testigo
silencioso de tantas violencias, se convierte en un territorio donde el dolor
se confiesa y se sublima.
La elección de materiales profundiza el gesto simbólico: óleo
y cuncho de café se funden en una textura terrosa, orgánica, impregnada de
aroma y arraigo. El café, emblema nacional, actúa como una metáfora de
identidad y desarraigo; es tierra y cicatriz. De esa superficie emergen rostros
que se entrelazan, se disuelven, se multiplican. No hay una historia única,
sino una polifonía de miradas femeninas que hablan de pérdidas, de migraciones,
de silencios rotos.
La paleta cromática, dominada por ocres y sombras, abre paso
a destellos de azul, rojo y amarillo: signos de vida y dignidad que sobreviven
incluso en el caos. En esa tensión entre la penumbra y la luz, Romero logra un
equilibrio entre la denuncia y la exaltación. Su obra no se detiene en el
dolor: lo atraviesa para encontrar en él una fuerza transformadora.
Cada rostro retratado es una declaración de resistencia. Las
mujeres de Romero no son víctimas: son sobrevivientes que rehacen el mundo
desde las ruinas. Así, su pintura se convierte en un acto de afirmación
colectiva, una invitación a mirar el sufrimiento no como final, sino como
génesis de una nueva armonía.
El viaje de “Semillas de Armonía” comenzará en Neiva,
Colombia (27 de octubre de 2025) y continuará por Perú, México, Brasil,
Argentina y España, llevando consigo la voz silente de miles de mujeres que
claman por justicia y reconocimiento.
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